viernes, 6 de diciembre de 2013

María en la Fe de la Iglesia

Parte 3:
La Fe desde los ojos de María

Día 8: Y a Ti una espada te atravesará el corazón
Lucas 2, 34-35: “Simeón los bendijo y dijo a María, su Madre: Mira, que este niño traerá a la gente de Israel ya sea caída o resurrección. Será una señal impugnada en cuanto se manifieste, mientras que a ti misma una espada te atravesará el alma. Por este medio, sin embargo, saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los hombres”.

Hablar de fe por si solo conlleva un gran esfuerzo, pues si bien es cierto la fe, como para Job, puede representar aceptar lo que ante el mundo parezca tortuoso, como un medio y un camino para purificarnos en el amor y en el fragor de las pruebas en las cuales podemos ver con más claridad a Dios ya que aún la Fe más pequeña del mundo en un momento de prueba es capaz de ver a Dios en la dificultad.
Pero ahora bien, imaginemos el gozo de María o de una madre; de presentar en el templo ante Dios, a su primogénito a ese en el cual vemos la nuestra esperanza y sueños futuros reflejados, y que de pronto encontremos a un Simeón que glorifica a Dios por permitirle ver al Salvador, pero que a la vez le recuerda a María lo profundo del dolor que le espera.

Puede sonar desconcertante pero a la vez nos recuerda que a Dios no se le da el corazón por trozos, sino que le da por completo. Aquella María por un instante pudo pensar en aquel momento y ¿quién va cuidar de mi cuando, este Jesús, Mi Hijo, no vaya a estar? Pero en María se cumple toda promesa hecha de Dios para con su pueblo, al no desampararlos. María pudo haberse entristecido, pero recordaba aquel salmo 23 que dice: Irán conmigo la dicha y tu favor mientras dura mi vida, mi mansión será la casa se del Señor por largos, largos días; pues desde el Sí que hablamos ayer hasta en el aceptar la premisa de Simeón, ahí en lo profundo lo que sostenía a María era el pacto de amor que había ya hecho con Dios por medio de su Ángel.
 

Dice en otro texto: “y guardaba todas estas cosas en su corazón”; pero ¿qué guardaba? ¿Tristeza? ¿Angustias o impotencias al no poder salvar a su hijo de la muerte? ¡Pues no! Ya que al María declararse esclava del Señor, por amor, con esto se pone a merced del infinito amor de Dios Padre que no abandona a sus hijos a la muerte, sino que los prepara para revestirlos de su amor infinito. María ante la premisa del sufrimiento, no se quedó en la desesperanza; sino que se preparó desde la humildad de su ser a aferrarse con mayor fuerza a Dios. ¿Con qué frecuencia te aferras como María a Dios?

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